sábado, 19 de julio de 2025

El orgullo de ser guayaquileño, identidad colectiva como refugio emocional

09:42

 



Por: Mgtr. Katherine Alcívar P., Psic.

“Guayaquileño, madera de guerrero” es más que una frase. Es identidad que atraviesa generaciones, presente en el habla cotidiana, en las fiestas cívicas y en la forma en que nos relacionamos y enfrentamos las dificultades de la vida. Se ha construido a partir de historias y experiencias compartidas, y ha servido como una fuente de autoestima colectiva. Sin embargo, ahora que el tejido social parece debilitarse en muchos sectores, vale la pena preguntarse si el orgullo local sigue siendo un refugio emocional para los jóvenes y qué función cumple la identidad guayaquileña en su salud mental.

La identidad colectiva es más que una etiqueta, es una forma de interpretar el mundo y nuestro lugar en él. Cuando una persona se siente parte de un grupo que valora su historia, su cultura y sus logros, favorece el desarrollo de su autoestima y una mejor capacidad para afrontar el estrés. Por eso, ser guayaquileño no se limita a una ubicación geográfica, sino que también implica una narrativa compartida que puede fortalecer emocionalmente a quienes se reconocen en ella.

Las generaciones anteriores crecieron con referentes claros. El barrio funcionaba como una familia extendida, la historia local se celebraba con orgullo, los juegos en la calle fortalecían los lazos entre vecinos y las fiestas populares eran verdaderos espacios de encuentro. Aunque muchos de esos vínculos han disminuido con el tiempo, no han desaparecido por completo. Todavía existen expresiones culturales, prácticas comunitarias y momentos compartidos que permiten a la juventud sentirse parte de algo más grande y significativo.

Aun así, en medio de esa búsqueda de pertenencia surgen contradicciones. Ha ganado fuerza la figura del “sabido”, esa persona que resuelve las cosas por su cuenta sin importar si afecta a los demás. Esta forma de actuar privilegia la astucia individual por encima del bienestar común y genera confusión entre los jóvenes, quienes observan modelos opuestos entre la solidaridad barrial que aún persiste y la lógica del sálvese quien pueda que se impone en muchos espacios. Cuando lo colectivo pierde valor, también se debilita el sentido de pertenencia y con él, la salud mental se ve afectada.

Por esto es necesario fortalecer una identidad guayaquileña que rescate lo mejor de su historia, esto ayuda a cuidar el bienestar emocional de las nuevas generaciones. Recuperar valores como la calidez, el ingenio, la resiliencia y la alegría puede ayudar a reconstruir vínculos y ofrecer a los jóvenes una base sólida para sentirse acompañados y parte de una comunidad. Reconocerse en una historia que no idealiza el pasado, pero que tampoco niega lo valioso que aún perdura, puede darles sentido, orgullo y esperanza.

Incluso detenernos a pensar en lo que significa ser guayaquileño es más que un acto de memoria. Es una forma de contar quiénes somos y de reconocer que nuestra historia está hecha tanto de momentos difíciles como de gestos de fortaleza y humanidad. Guayaquil ha sido y puede seguir siendo una ciudad grande, próspera y cálida, siempre que quienes la habitamos elijamos sostener lo que nos une.

 

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