Mgtr. Katherine
Alcívar P., Psic. Docente de Psicología Clínica UIDE Guayaquil
Al hablar de juventud
viene a nuestra mente esa etapa fugaz llena de experiencias que construyen la
autonomía; compartir con amigos, ir a la universidad, el primer trabajo,
conocer la ciudad, viajes, entre otras actividades desde la libertad de ser
mayores. Sin embargo, en la actualidad, todas estas experiencias se convierten
en desafíos. Las crisis por las que actualmente transita nuestro país a nivel
económico, de seguridad, educativo y de salud limitan la posibilidad a los
jóvenes de imaginar y construir su proyecto de vida.
Ser joven en el
Ecuador implica convivir con el miedo y la incertidumbre. La violencia
estructural se ha naturalizado, la inseguridad limita la movilidad, y los altos
índices de desempleo impiden el desarrollo personal. A esto se suma una
profunda crisis en la salud mental, según la Encuesta Nacional de Salud y
Bienestar Mental 2023 del INEC, el 43,2% de los jóvenes entre 18 y 29 años
reportó haber sentido tristeza o desesperanza. No es solo un dato; es un grito
silenciado.
La juventud pasó de
ser la esperanza del futuro a ser quienes cargan el peso del presente. No se
trata de patologizar sus reacciones, sino de comprenderlas desde la empatía y
la justicia social. La inestabilidad emocional de los jóvenes no es debilidad: es
una respuesta lógica y esperada frente a un contexto que les exige mucho y les
ofrece poco.
Sabemos que las
políticas públicas son clave, pero también hay un compromiso ineludible desde
lo cotidiano. Como familias, comunidades y espacios educativos, necesitamos
practicar la escucha activa, generar vínculos de confianza, y dejar de
minimizar lo que los jóvenes sienten. Crear entornos donde puedan expresar sus
emociones sin temor al juicio o al castigo es ya un acto de reparación.
Acompañar a la juventud no es resolver por ellos, sino caminar a su lado,
reconociendo sus luchas y valorando su voz. La salud mental también se
construye con presencia, con afecto y con coherencia.
Como sociedad, es
importante que nos preguntemos ¿qué estamos haciendo para cuidar a quienes
sostendrán el mañana? Escucharlos, garantizar espacios seguros y promover
políticas públicas que fortalezcan su bienestar emocional ya no es una opción,
es una urgencia ética.