Psic. Katherina Lazo.
Directora de la Escuela de Psicología Clínica UIDE Guayaquil
Hace aproximadamente 28 años surgió la primera red social
en el mundo y al poco tiempo vinieron muchas más. Su propósito era permitir
crear perfiles personales y conectarse con un grupo de amigos que en la
actualidad puede expandirse infinitamente. El ser humano con su naturaleza
intrínseca de buscar vínculos sociales adoptó rápidamente estas plataformas
para distraerse, conectar y pertenecer. Sin embargo, ¿hasta qué punto este
beneficio de la conexión virtual impacta nuestra vida diaria?, ¿necesitamos realmente
pertenecer a una variedad tan grande de grupos sociales?, ¿es esto una
distracción genuina o una especie de somnífero que nos impide disfrutar de las
otras maravillas de este mundo?
Desde la perspectiva del desarrollo humano, la
adolescencia es una etapa de transición en la que se busca explorar y
consolidar la identidad. Para este proceso, es crucial pertenecer a un grupo
social que sea afín a los intereses personales. Además, la neurociencia nos
dice que esta etapa está provista de grandes desafíos diarios que implican un
constante ensayo y error debido a la inmadurez del lóbulo frontal, región
cerebral responsable de la toma de decisiones. En tal sentido, la presencia y
específicamente el atractivo de las redes sociales puede convertirse en un
espacio de riesgo interfiriendo con el proceso regular del desarrollo socio
emocional y la maduración cerebral.
En el proceso de desarrollo cerebral nuestros sentidos
captan estímulos externos que viajan al cerebro para generar una respuesta
(acción/conducta): Por ejemplo, un “me gusta” en una red social activa el
sistema de recompensa liberando dopamina, un neurotransmisor asociado al placer
y la motivación. Este estímulo visual, al ser una señal de reconocimiento
social produce sensaciones de bienestar, agrado y satisfacción. El cerebro, al
querer repetir esta sensación agradable nos impulsa a volver a mirar el dispositivo
y a la red social. Este ciclo adictivo se repite con cada nuevo estímulo
visual, ya sean videos divertidos, fotos de amigos, recomendaciones de
influencers o incluso con noticias desagradables, pero virales. Cada
interacción refuerza el circuito de recompensa, manteniendo al cerebro
enganchado y dificultando que pueda detenerse. Y desconectarse.
Para un análisis más profundo, la acción biológica para
este momento de gratificación visual se produce al mover los dedos para hacer scroll
en la pantalla, un movimiento muscular con el cual se desplaza el contenido que
aún no está a la vista en la pantalla para buscar lo que más nos agrada. El riesgo surge cuando este ciclo se convierte
en un scroll infinito. Es similar al efecto de las máquinas
tragamonedas, el contenido impredecible genera una constante expectativa de
gratificación. Esto lleva a una búsqueda incesante de algo que nos satisfaga,
aunque el placer sea efímero. Por miedo a perderse algo importante o por la
simple necesidad de evadir emociones, muchos jóvenes usan esta herramienta de
forma inconsciente, lo que puede dificultar el desarrollo de habilidades de
afrontamiento. El resultado, aislamiento social, una paradoja un tanto irónica
al estar conectado a una “red social”.
El scroll infinito promueve un consumo pasivo de
contenido de redes, reduciendo la capacidad crítica y fomentando la
procrastinación. Esto genera en el cerebro patrones adictivos y compulsivos que
disminuyen los tiempos de atención, ya que el joven querrá cada vez ver más
contenido, pero de forma superficial y rápida.
Al final, las redes sociales se convierten en el principal espacio de
validación, pertenencia y expresión personal, lo que puede afectar el
desarrollo emocional del joven. Esto puede manifestarse con ansiedad,
dependencia, aislamiento y baja autoestima. Por eso la psicología propone
algunas estrategias de prevención e intervención para abordar y mitigar estos
problemas.
Las recomendaciones básicas promueven el uso consciente
de los dispositivos y plataformas. Esto implica ayudar a los jóvenes a limitar
su tiempo en redes sociales y a identificar cómo se sienten y actúan al usarlas
y al desconectarse. Es crucial también, diseñar estrategias familiares que
fomenten interacciones más significativas y presenciales, no solo virtuales.
Sin embargo, la principal recomendación se dirige a los
adultos que acompañan el proceso de desarrollo de los adolescentes. Es común
encontrar adultos que también están atrapados en la búsqueda constante de
aislamiento y distensión. Por ello, debemos reflexionar sobre nuestro propio
tiempo de exposición en redes para, con el ejemplo, detener, reestablecer y
regular nuestras acciones hacia una vida más saludable mental y emocionalmente
en nuestro hogar. Al final, es más beneficioso generar dopamina con actividades
físicas donde se activen todos los músculos del cuerpo, en lugar de solo los
dedos de la mano.