``Por:Mgtr. Katherine Alcívar, Psic.
Era martes a las 3 a. m. cuando Dylan despertó por tercera vez. En el silencio de la madrugada, mientras arrullaba a su bebé, pensó en lo mucho que extrañaba a la mujer que era antes. La maternidad le cambió la piel, las uñas, las prioridades y hasta la forma de ver el mundo. Nadie le había dicho que al ser en mamá también habría una despedida: la de su versión anterior.
En el imaginario colectivo, la maternidad suele asociarse con alegría, plenitud y realización. Pero algo de lo que no se habla es del duelo silencioso que muchas mujeres experimentan al convertirse en madres: el luto por su identidad anterior, de quien fue antes de la maternidad. Sin embargo, no se trata de una pérdida en el sentido negativo, sino de una metamorfosis. Dejar de ser una para convertirse en otra.
Los cambios son profundos y se manifiestan en lo biológico, lo psicológico y lo social. Durante el embarazo, el cerebro de la mujer se modifica: investigaciones demuestran que la materia gris se reduce en áreas relacionadas con la cognición social, lo que mejora la empatía y el vínculo con el bebé. Aunque, esto puede afectar la memoria y la concentración, en lo que popularmente se llama “momnesia”. Pero lejos de ser un déficit, es una adaptación maravillosa del cerebro para priorizar lo importante.
Psicológicamente, muchas madres enfrentan una montaña rusa de emociones. Desde el amor incondicional hasta la culpabilidad, la presión de ser perfecta y la angustia de no saber si lo están haciendo bien. Además, la gran parte del tiempo, la percepción social cambia: de pronto son “solo madres”, como si su valor en otros roles se desvaneciera.
En Ecuador, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el 19,4% de las madres con hijos menores de cinco años presentan sintomatología depresiva. Esto significa que una de cada cinco podría estar sufriendo en silencio, mientras el entorno le exige sonreír.
Mientras habitualmente las redes sociales aplauden a las “súper mamás”, muchas lloran en el baño para no preocupar a nadie. Y en medio de todo esto, siguen maternando: bañan, alimentan, consuelan, cuidan. A veces sin dormir, a veces sin hablar de sí mismas. La maternidad no es una línea recta. Es un mapa que se reescribe a cada paso, donde a veces no se sabe si se va o se viene. Pero algo es seguro: no debería ser una travesía solitaria.
Por eso, más
allá de los regalos este día de la madre, regalemos tiempo. Regalemos compañía.
Regalemos presencia, presencia activa y empática. Cocinarle, preguntarle cómo
se siente, cuidar a su hijo por unas horas, puede ser tan nutritivo como el
mejor de los homenajes. Ser mamá también es reconstruirse. Pero nadie debería
hacerlo sola. El otro lado del abrazo también merece ser contado.