El Ministerio de Educación del Ecuador es una institución
con 176.673 empleados, información cortada a septiembre del 2020, la mayoría
docentes, que se encargan de impartir enseñanza de acuerdo a la directriz que
los ejecutivos del ramo decidan, esos planificadores de la enseñanza son apenas
53, con áreas cuyos títulos impresionan, por mencionar algunos: Subsecretaría
de Fundamentos Educativos, Subsecretaría para la Innovación Educativa y el Buen
Vivir, Subsecretaría del Desarrollo Profesional Educativo por nombrar unas
pocas.
Juan Carlos Tedesco en la obra “Elementos para un
diagnóstico del sistema educativo tradicional en América latina”, advertía hace
4 décadas sobre las falencias en el ámbito educativo de los pueblos
latinoamericanos, el sistema educativo ha dejado de ser concebido como palanca
y motor del cambio, del optimismo pedagógico que concebía a la educación y al
maestro como fuentes del progreso, girando al pesimismo y la desilusión.
En cada gobierno, sus nuevos integrantes de alguna manera
ven sus ideas como la óptima para mejorar la educación básica y de
bachillerato, sin percatarse que el conocimiento en los niños y adolescentes
poco se incrementa a pesar que en la actualidad existe información infinita y
universal producto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación
(TIC).
Lo imprudente, se inventan programas educativos contrarios a
la realidad productiva, un ejemplo en las últimas décadas se ha incrementado el
uso y las necesidades del sector automovilístico, sin embargo, los centros
educativos técnicos para solventar esas realidades han decrecido.
Hoy que vivimos una pandemia, esos 53 funcionarios
ejecutivos del Ministerio de Educación al mando de Creamer, no tienen un
respaldo para suplir la enseñanza presencial, adquiriendo enlatados con el
pretexto de educar, creando un mayor vacío cognoscitivo en los estudiantes que probablemente
se mantendrá hasta el próximo año.
Esta pandemia desnuda la incapacidad de los burócratas de este
Ministerio que invierten millones de dólares en consultorías para tomar decisiones a favor del estudiantado, realidad que se
acumula desde gobiernos anteriores, estancando una vez más la posibilidad que
los bachilleres se integren el aparato productivo nuestro, manteniéndolos en la
pobreza con la esperanza de seguir estudiando a nivel superior para tratar de
sobrevivir