LEONARDO RIVADENEIRA
Pocas son las notas periodísticas sobre acciones destacadas
de los políticos nuestros, que consumen su tiempo en elucubrar sobre cómo está
su imagen, sobre esa preguntan actúan, quieren sentirse queridos por los
ciudadanos, la manera más fácil de codearse con ellos es a través de los
conocidos campeonatos de fútbol relámpago, donde donan el uniforme, el
balón, ponen hasta el árbitro, así los jóvenes se aglutinan, rodean al político,
hasta creen que son sus amigos.
Terminado el evento, esos jóvenes regresan con su uniforme
como trofeo, creen que ahora que se han codeado con el político de turno ideal,
la esperanza al fin de conseguir empleo ronda por su mente, es decir, el
político logra su cometido inicial, que lo conozcan, que crean en él, la
esperanza del ciudadano joven no le interesa, sólo quiere su voto.
Si la mitad de esos jóvenes pensaran que lo buscan para
engañarlos, probablemente rechazaran esas invitaciones para pelotear un rato.
El joven actual debe pensar en él en su familia, en su
progreso y no del político de turno, esta estrategia viene desde hace décadas
surtiendo efecto.
Se arman verdaderos campeonatos, contratan relatores y comentaristas
profesionales de Guayaquil, hasta ellos se sorprenden que le paguen por relatar
campeonatos con partidos de rendimiento regular para abajo.
A los políticos no les interesa su realidad económica, lo
ven como un voto, no como un ser humano con necesidades, prueba de ello es que
en 13 años los asambleístas nuestros no han logrado una ley para cambiar la
extrema pobreza en que se encuentra un gran porcentaje de los habitantes
locales.
En el presente cualquier imberbe con ansías de progresar
económicamente se lanza a la aventura de alcanzar un curul. De leyes poco
conocen, muchos ni escribir bien saben. Darles un cargo es condenarnos a seguir
en la pobreza.
Lo jóvenes deben presionar a los candidatos para que hablen,
para que demuestren que están preparado para mejorar nuestras condiciones de
vida, porque muchas leyes presionan para que haya productividad y desarrollo en
provincias abandonadas como Santa Elena y salir de esa imagen de pueblos
desérticos con caminos de tierra y arena