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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Si hoy en día es importante mantener el
espacio como patrimonio de toda la humanidad, no menos significativo es que el
ser humano deje de agredirse asimismo y de despreciar a los más débiles. A
veces uno cuando medita sobre nuestra propia historia, como especie pensante,
se da cuenta lo poco que avanzamos en la bondad y lo mucho que trajinamos en
nuestro afán destructor. Desde luego, tenemos una carencia de sensibilidad o de
responsabilidad, que bien merece repensarse para no caer en absurdas
realidades, crecidas por el odio como jamás, a
fin de que podamos adquirir un auténtico compromiso reformista en favor
de nuestro propio linaje globalizado, que no fraternizado como debería ser.
Quizás debiéramos empezar la enmienda por la política, a la que le falta el
sello distintivo de servicio. O por las mismas comunidades religiosas a las que
les suele faltar precisamente esa ejemplaridad armónica que suelen predicar,
yendo al encuentro de todo ser humano para defenderlo de las colonizaciones
ideológicas que, en este momento, tanto proliferan. En idéntica honda permisiva
o de falsedades, suelen estar también algunos liderazgos de organizaciones
internacionales, a los que les falta sabiduría para poder discernir. Sálvese el
que pueda.
Con frecuencia opinamos sobre cualquier materia, y
evidentemente, nos solemos confundir. Al final acostumbramos a mezclarlo todo
según nuestros propios intereses. El reino de la confusión está aquí en la
tierra. Por eso, hay cuestiones, como la de hablar claro, verdadero y profundo,
que no pueden debilitarse por más tiempo. Nos deshumaniza esta atmósfera de
desigualdades e injusticias, avivando un clima de violencia sin límites, pero
también nos desequilibra que nos valoren únicamente por lo que producimos. Son
tantas las necesidades innatas, que andamos hambrientos de amor. No cabe duda
de que el derecho a la salud, y en especial a la asistencia médica, forman
parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos; sin embargo y pese a esa
afirmación, actualmente son muchos los ciudadanos en el mundo que no consiguen
beneficiarse de la cobertura médica y del
acceso a sus servicios. Igualmente sucede con el empleo, promoverlo por sí
mismo, es ya proteger a las personas. No olvidemos que veinticinco millones de
seres humanos son víctimas de la esclavitud moderna. Ahí están los 150 millones de trabajadores migrantes del
mundo recibiendo permanentemente un trato injusto. Ese objetivo, que nos atañe
a todos, sólo se conseguirá mediante una migración laboral eficaz y mejor gestionada,
lo sabemos, pero hacemos apenas nada por solventarlo. Otro tanto pasa con la
educación, la comunidad internacional la reconoce como esencial; sin embargo,
los compromisos adquiridos, no suelen convertirse en auténtica acción. ¿Dónde
están los individuos de vida franca? La hipocresía, que es lo que impera para
dolor nuestro, nos ha injertado su veneno más necio e insensible.
Sea
como fuere, los efectos de esta falta de sensibilidad nos están dejando sin
horizontes esperanzadores. Por desgracia, muchos esfuerzos para buscar
soluciones concretas a problemas comunes en todo el planeta, suelen ser
frustrados por intereses mundanos, ya no sólo de los poderosos, sino también
por la falta de conciencia de todos y de cada uno de nosotros. Naturalmente, hace
falta otro empuje, otro coraje, que nos saque de este clima de pasividad que
nos deja sin alma. Dicho lo cual, me viene a la memoria el valor de aquel
ciudadano soviético, nacido en Rusia, Yuri Gagarin, y una fecha inolvidable la
del 12 de abril de 1961, cuando realizó el primer vuelo espacial tripulado, un
evento histórico que abrió el camino a la exploración del orbe en beneficio de
toda la sociedad. Precisamente, son estos referentes exploradores, los que han
de injertarnos fuerzas para no caer en el desconsuelo. Confiemos en los nuevos
talentos, y en la implicación de todos, por insignificante que nos parezca, al
menos para conciliar otro mundo menos enfrentado. En ocasiones, tengo la
sensación de que necesitamos reconducirnos con una solidaridad universal
naciente, dispuesta siempre a la escucha, cada uno desde su cultura, su experiencia,
sus iniciativas y sus capacidades.
Por
suerte, son pocos los que ponen en entredicho que el cambio en el mundo es algo
deseable. Ahora nos falta comenzar el recorrido con cabida inclusiva y
reconciliadora, sin dejarnos vencer por ese sufrimiento de desgana que nos
penetra y que nos impide mejorar la vida diaria de las personas en todo el
planeta, con un menor manejo de los recursos naturales, sin tantos derroches,
lo que nos exige una mayor seriedad en
cuanto a los lazos de integración y de comunión social, contribuyendo a
dignificarnos mediante un decente trabajo, que es lo que da verdaderamente
sentido y realización a nuestra vida. No entreguemos migajas, como solución
provisoria para resolver una situación de urgencia puede estar perfecto, pero
realmente lo que necesitamos es mejorar el mundo para todos, y la manera más
fecunda de hacerlo, quizás sea propiciando con nuestra específica creatividad
humana, otro estilo de vida más orientado a lo indispensable para vivir, que no
es un cúmulo de riquezas, sino un corazón generoso. ¿Dónde está el imperativo
social en muchos Estados que se dicen Democráticos y de Derecho? Urge que lo
reflexionemos. Porque, al fin y al cabo, no está la felicidad en ser muy
acaudalado, sino en saber cohabitar conviviendo, o sea, compartiendo.
Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
8
de Abril de 2018
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