EDITORIAL
Las labores de un buen alcalde son múltiples, desde administrar la entidad hasta lograr satisfacer las necesidades elementales de obra pública de los ciudadanos.
En ese proceso al burgomaestre se le presentan una serie de barreras que debe superarlas, la socialización ha generado que el ciudadano opine, cuestione en algunos casos la labor del alcalde y él tiene que rectificar, si es sensible a las necesidades de una comunidad, porque muchas veces los ciudadanos viven a diario los problemas que los burgomaestres solo lo perciben en las visitas que hacen al lugar.
No es lo mismo manejar una ciudad veinte años atrás que en el presente, hoy vivimos un mundo globalizado, los mismos habitantes de los sectores rurales, están enterado de muchos problemas gracias a la tecnología del celular.
Necesidades como la recolección de basura, la falta de agua potable, el alcantarillado, caminos vecinales, los espacios públicos y más deben ser atendidos a la brevedad.
Por ello los burgomaestres, como decía Paulo Freire deben dialogar y rodearse de elementos experimentados sea en tecnología, ingeniería, ciencia, humanismo, arte, y cultura. Aquí se ha desperdiciado el talento de personas valiosas por practicar una política limitada, no se puede convertir a un conglomerado en una masa estática, las municipalidades deben incentivar el goce y la diversión sana en la ciudad a través de las artes en espacios públicos adecuados, que no hay.
No se debe consumir todo el presupuesto en obras de servicios básicos porque probablemente este proceso sea de algunas décadas, tampoco desatenderlas.
Cuando algunos alcaldes descuidan esta realidad, van deteriorando su imagen, los medios de comunicación se ven en la obligación de informar la ineficacia de los burgomaestres, aunque éste accionar de los medios algunos de ellos lo consideren con dedicatoria.
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