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Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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“La familia, que es la primera y la más radical
oposición a la idea de que podemos subsistir solos, es una de las víctimas de
esta cultura individualista nefasta. No olvidemos, que lo vivencial está en
crear calor de hogar y comunión de pulsos”.
Las circunstancias están
ahí, en todo el planeta, la población mundial envejece. Prácticamente, todos
los países del mundo experimentan un aumento del número de ciudadanos que han
entrado en años, lo que debe hacernos repensar situaciones, sobre todo a la
hora de reforzar los sistemas sanitarios y de cuidados, garantizando la
sostenibilidad de la protección social e invirtiendo en nuevas tecnologías. A
esta situación, hay que sumarle el abandono de los ancianos, un apenado
contexto al que no debemos acostumbrarnos. Reforcemos la alianza entre nietos y
abuelos, jóvenes y longevos. Digamos no
a la soledad y activemos el acompañamiento. Lo importante está en no
desfallecer, ni siquiera cuando la vejez acomete y las fuerzas flaquean, cuando
la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil.
Realmente, todos
somos necesarios para construir un orbe armónico, aunque algunos peinemos canas
y decaiga el estatus social. Reencontrándonos solidariamente y
reconstruyéndonos hermanados, avanzaremos. Son estos compromisos de acciones
específicas en temas tales como la salud y la nutrición, la vivienda y el medio
ambiente, la familia y el bienestar social, la seguridad de ingresos y de
empleo, el espíritu de diálogo y el llamamiento a la concordia, los que nos injertan
entusiasmo y acrecientan la esperanza. La familia, que es la primera y la más
radical oposición a la idea de que podemos subsistir solos, es una de las
víctimas de esta cultura individualista nefasta. No olvidemos, que lo vivencial
está en crear calor de hogar y comunión de pulsos.
Uno no puede
abandonarse en el ocaso existencial, tiene que renacer con la sabiduría que
imprime la cátedra del relato a través del camino recorrido, compartiéndolo a
las generaciones venideras. Está bien mirar hacia adelante, pero también
escuchar a esas gentes maduras, que no serán el futuro, pero que son un
presente, con un pasado lleno de aciertos y errores, que han de hacernos cuando
menos promover el desarrollo de una sociedad para todas las épocas. Una vida
más larga y mejor vivida, trae consigo nuevas lecturas y, por ende, más oportunidades;
no únicamente para las personas mayores y sus familias, sino también para la generalidad
en su conjunto. Al fin y al cabo, nuestra vida no está destinada a cerrarse
sobre sí misma, está consignada a dejar huella de relación y apertura.
Con el
envejecimiento de la población mundial y la creciente dependencia de la
atención institucional, garantizar la seguridad y la dignidad de los residentes
es más perentorio que nunca. Sea como fuere, no podemos negar el escenario, el
maltrato a los abuelos todavía es un grave problema social que cohabita por toda
la tierra, tanto en los países en desarrollo y desarrollados como en otros
ámbitos menos adelantados, lo que requiere su importancia social y moral que es
indiscutible. En consecuencia, este problema requiere una respuesta mundial
multifacética, que ha de centrarse sobre todo en la protección y en el amparo
de las masas de senectud. Quizás, por ello, tengamos que comenzar por combatir
exclusiones. La cuestión no es tanto la edad como el espíritu fraterno.
El edadismo es la
mayor discriminación contra personas o colectivos por motivo de madurez, lo que
genera daños irreparables, desventajas e injusticias. Sin embargo, todos
nosotros vivimos gracias a una relación, sustentada y sostenida bajo un vínculo
libre y liberador de humanidad y cuidado mutuo. Traicionarnos unos a otros es
el mayor bochorno. Indudablemente, el mundo de hoy necesita el acuerdo conyugal,
al menos para conocerse y reconocerse en el amor; y así, poder superar las
fuerzas que destruyen las relaciones, infundiendo esperanza en el camino. En
este sentido, también los octogenarios, nos muestran con su ternura nuestros
propios vínculos para no perder el avenirse. Dejemos a un lado nuestra actitud
egoísta, el criadero de los grandes malvados. ¡Lealtad!, es lo justo.