Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Por más que
iluminamos el mundo con artificios mundanos, la desesperación no cesa, empujando
a millones de personas a abandonar sus hogares, en busca de seguridad o
simplemente de oportunidades. El bienestar y la concordia no se alcanzan sólo
con el final de las contiendas, sino con el inicio de un nuevo sueño: la
práctica del corazón. Hay que salir, cuanto antes de este círculo vicioso,
donde todo se compra y se abona, como si todas las cosas se consiguieran con el
poder del dinero. Sólo pensamos distraernos, consumir y acumular, presos de un
sistema que nos deshumaniza por completo. La inhumanidad es manifiesta, sólo
hay que pararse un instante y ver a nuestro alrededor, la tristeza de tantas
gentes, que caminan a nuestro lado.
Ojalá despertemos,
pongamos coraje y anhelo. Nunca será tarde para buscar un mundo diferente y
para rebuscar dentro de sí mismo lo armónico. Al verdadero calor de este tiempo
de espera, hay que sumarle la confianza. Sea como fuere, las decepciones no matan
y las convicciones nos reviven. Es verdad que se incrementan las necesidades
humanitarias, alcanzando la cifra más alta de muertes de migrantes en tránsito;
pero también hay historias de entereza para adaptarse a las situaciones
adversas con resultados positivos, de avance y esperanza. Unidos aprenderemos a
caminar hacia un orbe más equitativo, solidario y fraterno; es cuestión de
regresar al corazón, de oír nuestra silenciosa voz, para dejarnos templar y
convenir por ella.
El sol, aún no se
ha puesto por última vez, nos queda tiempo para unificar y armonizar nuestras
historias personales. En esta época,
sumidos en lo virtual, sobre la que proliferan los enredos de dividir y
separar, hacen falta poetas de alma viva, que nos llamen a sus edénicos
recitales, para conmovernos y movernos hacia el amor de amar amor, para que
volvamos a vivir una primavera palpitante después de todos los inviernos; sin
obviar que, detrás de cada noche, viene una mañana resplandeciente. Juntos, verso
a verso, es como podremos reconstruir ese poema sin pena o esa poesía sin
poder. Son esas fibras íntimas de amar y ser amado, que se sustentan en la
ternura y que se guardan en los recuerdos de nuestros pulsos, las que nos hacen
olvidar las sombras detrás de nosotros.
Ciertamente, nos
movemos y vivimos nada más que por lo que esperamos; tanto es así, que en cada
despertar, hay una viva loa de aliento, es cuestión de descubrirla y trabajarla.
Ahora bien, tengamos cuidado, advirtamos que nuestro esfuerzo no es
autosuficiente. Necesitamos el auxilio conjunto, lo que nos invita a ensanchar
nuestra perspectiva y a contemplar en la belleza de la composición que nos
circunda, nuestra disponibilidad y apertura. Desde luego, es público y notorio,
que la alegría no es obra del arranque humano, del ingenio o del arte. Es el
regocijo que nace del encuentro entre donantes análogos, de sabernos amados
entre sí, formando parte de una lírica celeste, la que nos deja sin palabras y
con la inspiración más efusiva.
Dejémonos asombrar por
esa nueva dimensión que nos embellece, al encender la antorcha del optimismo,
que nos ilumina cada día por medio de cosas pequeñas. Dejemos los vicios que
nos vacían y tomemos el místico vuelo de ir de una promesa a otra. Seguramente,
entonces, descubramos el empedrado de las entretelas. Tanto es así, que todas
las sociedades en el planeta, necesitan sanar, y entablar un diálogo de corazón
a corazón, al menos para superar
contrariedades que nos concentran hacia intereses sanguinarios. Pensemos en
esos afines nuestros que arriesgan la vida en el mar, en busca de seguridad; o
en esos niños indefensos y en tantas gentes necesitadas de calor humano, que
llaman con su triste mirada a nuestro interior para encontrar calor y amparo.
Seamos, su consuelo.
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