Ramiro Aguilar Torres
Hay un pasaje de Los Miserables de
Víctor Hugo que me gusta mucho y que se refiere a la derrota de Napoleón en
Waterloo: “¿Era posible que Napoleón ganase esa batalla? Nosotros contestamos:
no. ¿Por qué? ¿Por causa de Wellington? ¿Por causa de Blücher? No. Por causa de
Dios. No estaba ya en la ley del siglo XIX que Bonaparte venciese en Waterloo.
Otra serie de hechos se preparaba, en que Napoleón no tenía ya sitio señalado.
La contrariedad del destino se había anunciado mucho tiempo hacía. Era ya
tiempo de que este hombre inmenso cayera”.
Los Miserables es, a mi gusto, junto con
Los Endemoniados de Dostoievski y el Conde de Montecristo de Alejandro Dumas,
una de las novelas cumbre del siglo XIX. Ficciones de las que no se puede
obtener rigor académico; así que traigo a colación la cita de Hugo por la pura
potencia simbólica de lo que expresa.
Desde 2007 el Ecuador ha vivido la era
del Correísmo. Su mediodía fue, sin duda, la elección del 2013 en la que logró
tener su propia asamblea y ganó con una montaña de votos su reelección. En esa
época, ante tanto poder acumulado - tenía bajo su control todas las funciones
del Estado-, era necesario ser parte del contrapeso; y por ello fui opositor a
su gobierno. Toda democracia necesita poderes independientes y contrapesos. Ser
opositor no es ser enemigo político ni negar los procesos históricos. Hace unos
cinco años me preguntaron ¿Qué era el correísmo? Mi respuesta fue clara: una
relación pasional entre Rafael Correa y su pueblo.
Es verdad que el correísmo ha sido
perseguido con saña desde la traición de Lenin Moreno; así como es verdad que
el correísmo (léase Revolución Ciudadana) no supo reaccionar al ataque como un
partido político, sino que reaccionó como un colectivo de defensa de presos.
Hay que reconocer que razón para actuar así, no faltó: tres gobiernos (Moreno,
Lasso y Noboa) han mantenido como rehén al exvicepresidente Jorge Glas. No obstante, el partido debió construir una agenda
política nacional y no supeditar su proceder legislativo a lograr el
mejoramiento de las condiciones carcelarias o la libertad de Glas. Ahora bien,
no todo fue persecución gratuita, la corrupción en el Ecuador fue y es
transversal, por ende, sería ingenuo pensar que todo el equipo de gobierno de
Correa sudaba agua bendita.
La falta de autocrítica, el sectarismo,
la endogamia y el deslenguamiento del prócer, han sido esas señales de las que
hablaba Víctor Hugo como anunciación del hecho capital del fin de una era. El
Waterloo de Rafael Correa puede ser esta elección presidencial del 2025 si su
movimiento político es derrotado. El electorado ecuatoriano está cansado del
lamento del prócer y de la rabia de sus enemigos. Harto del correísmo y del
anti-correísmo, el Ecuador debe superar ese clivaje que nos ha conducido al
abismo. El progresismo ha puesto opciones interesantes en la papeleta
presidencial: Carlos Rabascal y Leonidas Iza. Ellos están ahí como potenciales
relevos de Rafael Correa.
El último cruce entre Rafael Correa y
Pedro Granja -candidato presidencial del partido Socialista-, además de ser de
muy mal gusto, es torpe. En un país dónde el problema número uno es la
violencia, no pueden los líderes políticos atizar esa violencia con frases
hirientes entre ellos. Aquí la culpa es, sin duda, del prócer. No puede un
expresidente - que tuvo una enorme fuerza gravitacional en la política
ecuatoriana-, entrar en un boca a boca con un personaje como Granja que es una
mezcla entre periodista deportivo argentino y cantante de reggae.
La excesiva locuacidad de Correa en
redes, sus derrotas electorales previas, y su necia defensa del sátrapa
venezolano Nicolás Maduro, me parece que agotaron esa relación pasional que
tuvo con la mayoría del pueblo ecuatoriano. De carismático y eficiente líder,
ha mutado en un prócer triste y belicoso.
Es necesario que la campaña electoral se
centre en lo fundamental: economía y seguridad. El debate debe ser frontal
entre el progresismo y el neoliberalismo; entre quienes queremos reivindicar
los derechos de los más débiles a vivir en una sociedad justa y aquellos que
los desprecian. Ojalá este país necio supere el debate casi teologal entre
correísmo y anti-correísmo.
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