martes, 20 de agosto de 2024

LA ÚLTIMA BATALLA DE RAFAEL CORREA

14:33

 

Ramiro Aguilar Torres

Hay un pasaje de Los Miserables de Víctor Hugo que me gusta mucho y que se refiere a la derrota de Napoleón en Waterloo: “¿Era posible que Napoleón ganase esa batalla? Nosotros contestamos: no. ¿Por qué? ¿Por causa de Wellington? ¿Por causa de Blücher? No. Por causa de Dios. No estaba ya en la ley del siglo XIX que Bonaparte venciese en Waterloo. Otra serie de hechos se preparaba, en que Napoleón no tenía ya sitio señalado. La contrariedad del destino se había anunciado mucho tiempo hacía. Era ya tiempo de que este hombre inmenso cayera”.

Los Miserables es, a mi gusto, junto con Los Endemoniados de Dostoievski y el Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, una de las novelas cumbre del siglo XIX. Ficciones de las que no se puede obtener rigor académico; así que traigo a colación la cita de Hugo por la pura potencia simbólica de lo que expresa.

Desde 2007 el Ecuador ha vivido la era del Correísmo. Su mediodía fue, sin duda, la elección del 2013 en la que logró tener su propia asamblea y ganó con una montaña de votos su reelección. En esa época, ante tanto poder acumulado - tenía bajo su control todas las funciones del Estado-, era necesario ser parte del contrapeso; y por ello fui opositor a su gobierno. Toda democracia necesita poderes independientes y contrapesos. Ser opositor no es ser enemigo político ni negar los procesos históricos. Hace unos cinco años me preguntaron ¿Qué era el correísmo? Mi respuesta fue clara: una relación pasional entre Rafael Correa y su pueblo. 

Es verdad que el correísmo ha sido perseguido con saña desde la traición de Lenin Moreno; así como es verdad que el correísmo (léase Revolución Ciudadana) no supo reaccionar al ataque como un partido político, sino que reaccionó como un colectivo de defensa de presos. Hay que reconocer que razón para actuar así, no faltó: tres gobiernos (Moreno, Lasso y Noboa) han mantenido como rehén al exvicepresidente Jorge Glas. No obstante, el partido debió construir una agenda política nacional y no supeditar su proceder legislativo a lograr el mejoramiento de las condiciones carcelarias o la libertad de Glas. Ahora bien, no todo fue persecución gratuita, la corrupción en el Ecuador fue y es transversal, por ende, sería ingenuo pensar que todo el equipo de gobierno de Correa sudaba agua bendita.

La falta de autocrítica, el sectarismo, la endogamia y el deslenguamiento del prócer, han sido esas señales de las que hablaba Víctor Hugo como anunciación del hecho capital del fin de una era. El Waterloo de Rafael Correa puede ser esta elección presidencial del 2025 si su movimiento político es derrotado. El electorado ecuatoriano está cansado del lamento del prócer y de la rabia de sus enemigos. Harto del correísmo y del anti-correísmo, el Ecuador debe superar ese clivaje que nos ha conducido al abismo. El progresismo ha puesto opciones interesantes en la papeleta presidencial: Carlos Rabascal y Leonidas Iza. Ellos están ahí como potenciales relevos de Rafael Correa.  

El último cruce entre Rafael Correa y Pedro Granja -candidato presidencial del partido Socialista-, además de ser de muy mal gusto, es torpe. En un país dónde el problema número uno es la violencia, no pueden los líderes políticos atizar esa violencia con frases hirientes entre ellos. Aquí la culpa es, sin duda, del prócer. No puede un expresidente - que tuvo una enorme fuerza gravitacional en la política ecuatoriana-, entrar en un boca a boca con un personaje como Granja que es una mezcla entre periodista deportivo argentino y cantante de reggae.

La excesiva locuacidad de Correa en redes, sus derrotas electorales previas, y su necia defensa del sátrapa venezolano Nicolás Maduro, me parece que agotaron esa relación pasional que tuvo con la mayoría del pueblo ecuatoriano. De carismático y eficiente líder, ha mutado en un prócer triste y belicoso.

Es necesario que la campaña electoral se centre en lo fundamental: economía y seguridad. El debate debe ser frontal entre el progresismo y el neoliberalismo; entre quienes queremos reivindicar los derechos de los más débiles a vivir en una sociedad justa y aquellos que los desprecian. Ojalá este país necio supere el debate casi teologal entre correísmo y anti-correísmo.   

 


 

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