Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor corcoba@telefonica.net
Hoy más que nunca
necesitamos desbloquear barreras, restableciendo la confianza en los gobiernos,
fortaleciendo el espíritu solidario para debilitar los obstáculos, sobre todo
los generados por nosotros mismos, fruto de ese encierro egoísta que suele
impedir el diálogo entre los interlocutores sociales, que es lo que en realidad
nos activa el avance y el desarrollo. Sin duda, debemos despojarnos de opresiones,
mirarnos de otro modo, para mejorar las interrelaciones y las dependencias.
Sabemos que, por muy grande que sea el descontento, siempre hay un rayo de
esperanza. Se trata de corregir la corriente del hacer, del obrar con el decir
en coherencia. Para empezar, tenemos que batallar por los compromisos
adquiridos, sustentándolos en una concepción amplia de los derechos humanos.
Llevar a buen
término, la justicia social, hace que las sociedades se humanicen y que las
economías funcionen equitativamente, reduciendo las injustas desigualdades y el
cúmulo de enfrentamientos, que agotan los valores que nos unen. Todo este
aluvión de dificultades amenaza los esfuerzos contiguos, que son los que realmente
proporcionan ayuda humanitaria. Esta es la dimensión humana, o sí quieren,
ética. Quizás tengamos que aprender a ser más justos, hasta con nosotros
mismos. Por tanto, es necesario activar otros contextos para menguar los muros
de las indecencias. Indudablemente, no tendremos quietud en el alma, si
obviamos la virtud moral que, además, nos hace velar sobre el pleno respeto a
lo lícito, con una objetiva distribución de beneficios y cargas bien
repartidas.
Es primordial
sentar las bases de un espíritu cooperante, en un mundo que tiene que
hermanarse más pronto que tarde, para no destruirse. Requerimos de otras
gobernanzas más auténticas, más del mundo y para la vida, que mejoren los
caminos existenciales. Para esta recuperación han de reconciliarse los
corazones. Son esenciales otros liderazgos que activen ese orbe conciliador,
capaz de curar las heridas abiertas y el cese de las hostilidades. Desde luego,
tenemos que revitalizarnos con otros abecedarios más del alma que del cuerpo,
poniendo la mano tendida en la reparación del orden violado, con la
satisfacción de saber eximir, para poder llegar a una nueva era de respeto y de
acuerdo constructivo. A la vida le basta el latir de un andar para sumar otros
andares y renacer.
Subsiguientemente, tampoco
nos interesan tanto los sistemas productivos, que lo único que hacen es
deshumanizarnos en lugar de hacernos familia. Sin embargo, lo que si nos
conviene es unir esfuerzos para reconducirnos. Encontrar el sosiego es un
constante proceso en comunión y en comunidad. De hecho, nos viene bien que
germinen los lazos. Esto únicamente puede nacer del encuentro entre análogos,
afanados en cultivar el amor en vez de alimentar en su interior el odio, los
deseos de venganza o el ansia de destrucción. Indudablemente, la fertilidad de
lo armónico tiene otros aires menos comerciales y más donantes, porque el ser
humano que se entrega, dispensando o pidiendo clemencia, entiende que hay que
ser más comprensivo, que es como uno puede conciliar.
Habrá tensiones
sociales, mientras no activemos la cultura del abrazo, que es lo que genera
desarrollo humanitario. Tenemos que aprender a querernos, para poder formar
parte de ese vínculo estético, que es el que nos imprime la mejor energía. Hay
que abandonar las políticas y pasar al orbe de las poéticas, que es un
verdadero laboratorio de humanización. Solo hay que respirar sus latidos para
embellecer los labios de placidez. Ciertamente, nos conviene activar nuestro
innato sumatorio de pulsos en la construcción del bien colectivo, comprometiéndonos
a promover en cada latido una cultura muy atenta a la primacía de los valores y
principios del derecho. Actuar bajo la acción transformadora conjunta,
movilizando las enterezas internas, nos ayudarán a ser de otro modo.
En ocasiones
estamos tan sumidos en nosotros mismos, que al franquear cúspides solemos
olvidarnos de esa alma común que nos orienta, para vencer todas las
dificultades. En nuestro caso, tenemos que empezar a allanar caminos, poniendo
fin a la impunidad para fomentar la confianza, encarando los legados del
pasado, adoptando medidas reparadoras y garantizando una rectitud que nos
sustente los vínculos. De lo contrario, continuaremos divididos, unos
teniéndolo todo y otros careciendo de lo esencial, como la falta de acceso a la
salud, a una alimentación adecuada, o a la educación. Así, no se puede
traspasar esta doliente etapa, donde todo es combate y decepción, como en el
estado salvaje. Ahora toca ramificarse para hacer tronco diario.