No hay otro modo de continuidad de la especie. O caminamos unidos en
verdad, bajo el paraguas de la clemencia necesaria, dándonos aliento unos a
otros para no fenecer, haciéndonos más libres y humanos para que cese esa fiebre
que todo lo disgrega, bajo la angustia de la desesperanza y el tormento, o nos
hundimos definitivamente en nuestras propias miserias humanas. Ahora, todavía tenemos
la solución; es cuestión de ponerla en práctica, de no confundirse de andar ni
de camino. Así como la envidia y el odio, el desamor y el egoísmo, van siempre
en el mismo lote y se fortalecen mutuamente; también la concordia, con su
espíritu armónico pensante, ha de ayudarnos a transitar fusionados en un
proyecto compartido, para alcanzar el bien de todos y borrar del orbe ese mundo
privilegiado, cargado de vicios y falsedades. El vacío que vienen instaurando la
desigualdad, la exclusión y la nefasta gobernanza, es un ciclo que se repite
continuamente para desgracia de todo el linaje. Además, muchos grupos de
población aún carecen de derechos humanos y de oportunidades, lo que conlleva
una injusticia grande.
Ojalá aprendamos a entusiasmarnos, a defender ideales
justos que transmitan una onda de esperanza. Si la pandemia de Covid-19 nos
puso de manifiesto nuestra debilidad, y el papel primordial de los humildes
trabajadores en sectores como la agricultura, construcción, industria y sanidad
para mantener vivas la economía y a la sociedad, también las inútiles
contiendas entre nosotros nos hacen retroceder, y la primera víctima son los
valores, la verdad, el respeto y la consideración hacia toda vida. El único
modo de batir una guerra es impedirla, sólo hay que ver los desastres que
ocasiona, las existencias que trunca. Precisamente, un estudio reciente de la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM) revela que el 77% de los
migrantes irregulares han experimentado persecución o conflicto en su país de
origen, y pueden haberse visto obligados a llegar a Europa de manera irregular
debido a la falta de alternativas legales. No hay mayor ilegalidad que no oírse para
concebir lo justo y lo injusto. Esto nos pasa por no hacer parada en el trayecto y revisar nuestro
propio corazón. En demasiadas ocasiones, camina repleto de codicia y ambición;
como si el mundo fuese nuestro, sembrando voces de intolerancia y extremismo
que suelen generar conflictos violentos.
Desde luego, para
transitar fusionados hay que poner en práctica otros lenguajes más interiores
que de mercado, salir al encuentro; reencontrarnos cada cual consigo y con los
demás, es la manera de avanzar universalizándonos, descubriendo que todos hemos
de aprender unos de otros. Sin duda, expresando esa comunión de pulsos
conciliadores es como se gana quietud, algo que ha de conquistarse día a día. De
ahí, lo vital que es que los Estados, a través de sus instituciones y
gobiernos, se pongan al servicio de toda la ciudadanía, lo que implica proteger
y promover los derechos humanos, incluidos la salud, la educación, la
protección y las congruencias entre culturas y cultos. Indudablemente, no
podemos continuar bajo esta atmósfera de controversias que nos conducen a la destrucción, es preciso tomar un nuevo
impulso como familia humana, dejar atrás ese espíritu avariento que nos
desfigura como seres humanos, y tomar otra ruta mejor concertada, respetuosa
con toda persona. Quizás, para retomar este buen propósito, tengamos que
escucharnos más y mejor, lo que nos exige tener una mente abierta y unos
latidos dispuestos a dejarse acompañar. No olvidemos que sobre la base de un
consenso, que nace de un ánimo a entenderse, lo armónico llama a la puerta.
Abramos la cancela del alma, aquello por lo que trascendemos, sentimos y
soñamos. La eternidad es nuestra, pues.
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