Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor corcoba@telefonica.net
El actual momento que vivimos, nos interroga continuamente para tomar
otro rumbo, ya no sólo en cuanto a las modalidades de producción y consumo
insostenibles, sino también en relación a un compromiso mundial y solidario,
que ponga en el centro la dignidad humana y el bien colectivo. Además de
adoptar algunas medidas que no pueden aplazarse más, se precisa una estrategia
conjunta que reduzca la gestión de residuos, optando por soluciones previas a
la producción. Lograr sociedades con cero desechos, requiere que todas las
partes interesadas activen una cultura responsable, posibilitando el uso
racional de recursos naturales como el agua y la energía, la reforestación y
una movilidad sostenible, con una economía circular también en la gestión de
los despojos.
Por otra parte, las
medidas políticas y técnicas han de sumarse a un proceso educativo que
favorezca la unión y la unidad entre sí, en alianza entre el ser humano y el medio
ambiente. En consecuencia, se han de promover nuevos caminos que superen la
pobreza energética, que pongan el cuidado de los bienes comunes en el propio
corazón de las gentes, para poder favorecer también la producción sostenible en
países de baja renta, compartiendo tecnologías avanzadas. De este modo, los
consumidores pueden transformar sus hábitos de consumo, aparte de reutilizar y
reparar los productos, tanto como sea posible, antes de deshacerse de ellos de
modo ambientalmente adecuado. Lo que no podemos es cruzarnos de brazos, sin
hacer nada: hagamos de la sostenibilidad una moda.
A poco que nos adentremos en nosotros mismos, observaremos
que todo está relacionado, y que el verdadero cuidado de nuestra existencia y
de nuestras relaciones con lo que nos rodea es inseparable de un espíritu
fraterno, de justicia y de fidelidad a los demás. Indudablemente, la
naturaleza ha vertido todas las cosas en favor de la humanidad, pero la codicia
lo ha convertido en un privilegio para unos pocos. De esta injusticia derivan
los derechos humanos, así como los deberes, recordándonos la importancia de
desprenderse y de compartir con los indefensos y los desfavorecidos. Al fin y
al cabo, cuando dañamos a la naturaleza, también nos herimos a nosotros mismos.
No hay mejor examen de conciencia, pues, que cambiar de ruta haciendo propósito
de revisión.
Sólo hay que ver la
pérdida de selvas en los últimos años, lo que nos exige a todos un compromiso
de protección; puesto que, los bosques, como supermercados de la naturaleza,
proporcionan alimentos, medicinas y medios de subsistencia, aparte de
contribuir a mitigar el cambio climático al almacenar carbono. No hay dinero
que pueda devolver lo que los montes ofrecen. Es inevitable, pues, que todos
los países reconozcan que cada uno desempeña un papel crucial en la custodia
del manto verde. Luego están, al mismo tiempo, las cuencas hidrográficas con
sus frondosidades como suministradoras de agua dulce a más del 85% de las
principales ciudades del planeta, actuando como barreras naturales vivientes.
Naturalmente, nada
de este orbe debe resultarnos indiferente; lo que nos exige un giro radical en
el comportamiento humano. El progreso no será auténtico, si no va acompañado
por un efectivo avance social y moral, comenzando por garantizar el respeto al hábitat.
En realidad, debe aunarnos un idéntico afán, sustentado en una renuncia a
convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio, porque el cosmos es
algo más que un problema a resolver, es un pulso a custodiar y una pausa a
contemplar. A la luz de esta reflexión, quisiera convertir en angustia personal
lo que le pasa al mundo, y así examinar cuál es la aportación que cada uno logra
ofrecer, ante el aluvión de deterioro de la calidad de la vida humana, adherida
a su degradación social, inhumana y deshumanizante.